“Cuando me preguntan qué soy <<en lo más hondo de mí mismo>>, están suponiendo que <<en el fondo>> de cada persona hay sólo una pertenencia que importe, su <<verdad profunda>> de alguna manera, su <<esencia>>, que está determinada para siempre desde el nacimiento y que no se va a modificar nunca; como si lo demás, todo lo demás –su trayectoria de hombre libre, las convicciones que ha ido adquiriendo, sus preferencias, su sensibilidad personal, sus afinidades, su vida en suma-, no contara para nada. Y cuando a nuestros contemporáneos se los incita a que <<afirmen su identidad>>, como se hace hoy tan a menudo, lo que se les está diciendo es que rescaten del fondo de sí mismos esa supuesta pertenencia fundamental, que suele ser la pertenencia a una religión, una nación, una raza o una etnia, y que la enarbolen con orgullo frente a los demás”
Identidades asesinas. -Amin Maalouf-

La identidad de una persona está constituida por infinidad de elementos que evidentemente no se limitan a los que figuran en los registros oficiales. La gran mayoría de la gente, desde luego, pertenece a una tradición religiosa; a una nación, y en ocasiones a dos; a un grupo étnico o lingüístico; a una familia más o menos extensa; a una profesión; a una institución; a un determinado ámbito social… Y la lista podría no tener fin. Aunque cada uno de esos elementos está presente en gran número de individuos, en mayor o menor importancia, nunca se da la misma combinación en dos personas distintas, y es justamente ahí donde reside la riqueza de cada uno, su valor personal, lo que hace que todo ser humano sea singular y potencialmente insustituible.
“Vemos en la calle a un hombre de cincuenta y tantos años. Hacia 1980, ese hombre habría proclamado con orgullo y sin reservas: ¡Soy yugoslavo!; preguntando un poco después, habría concretado que vivía en la República Federal de Bosnia−Herzegovina y que venía, por cierto, de una familia de tradición musulmana.
Si lo hubiéramos vuelto a ver doce años después, en plena guerra, habría contestado de manera espontánea y enérgica: ¡Soy musulmán!. Es posible que se hubiera dejado crecer la barba reglamentaria. Habría añadido enseguida que era bosnio, y no habría puesto buena cara si le hubiésemos recordado que no hacía mucho afirmaba orgulloso que era yugoslavo.”